Una ley de marzo de 1924 reconoce por primera vez el voto femenino en España, en plena dictadura del general Miguel Primo de Rivera, si bien no llega a aplicarse y se restringe a las solteras mayores de 23 años. Algunas mujeres llegan a ser concejales, eso sí: en Castellón, sin ir más lejos, en enero de 1925 se incorporan al Ayuntamiento las ediles Eduvigis Tena Pastor, Ramona Fabregat Saura, María Alegre Vilar y Mª Desamparados Ibáñez Lagarda.

A partir de esta iniciativa, en la prensa se estimula cierto debate sobre el papel de la mujer en la escena pública. En Heraldo de Castellón, sin ir más lejos, un colaborador escribe desde Onda para subrayar que en adelante, «el espíritu delicado y casto de la mujer trascenderá (…) a la vida ciudadana con un vigor insospechado». En su artículo, publicado en portada, El Bachiller Azul subraya la competencia femenina en todos los campos, desde el intelectual al político, pasando por el mundo del trabajo, y pone numerosos ejemplos -de Juana de Castilla o Concepción Arenal a Emilia Pardo Bazán– para preguntarse «¿a qué vienen pues esas desigualdades irritantes de nuestras leyes?» o «¿hasta cuándo hará befa de la mujer el Código Civil permitiendo el uso de los gananciales durante el matrimonio al marido y sólo a él?».

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