«El señor Gobernador debe tomar buena nota». Así relata Heraldo de Castellón, el último día de junio de 1914, los «graves desórdenes causados por el deficientísimo servicio» de la compañía del popular tranvía de la Panderola, en la tarde-noche de San Pedro de 1914. El escenario es el de unos convoyes atestados de público, en los que «cada vagón traía triplicado con creces el número de asientos». En su noticia, el periódico explica cómo se llenan los tranvías «estrujándose materialmente la gente» y cómo muchos han de emprender el regreso a pie a la capital, mientras otros empiezan a «desenganchar los vagones» con peligro para sus ocupantes.

Un convoy «desalojado a pedradas», postes telegráficos tumbados y situados sobre las vías, protestas a pedradas contra la estación de Castellón -situada en la actual plaza Borrull- y en definitiva, un panorama desolador. «¿Es justo que la compañía se beneficie a costa de los sagrados intereses del público?» es la pregunta que deja Heraldo sobre la mesa, así como la reacción del gobernador Teodoro Izquierdo, que ordena «enérgicamente» a la empresa una mayor previsión en lo sucesivo.

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