Artículo publicado el 17 de abril de 2020 en El Mundo – Castellón al día

Antes de la pandemia, la muerte era ya una presencia muy incómoda en nuestra sociedad. Un enorme inconveniente que habíamos convenido esconder de nuestra vista. Así que a nadie puede extrañar que, al modo en que los niños pequeños se tapan los oídos para no escuchar lo que les disgusta, hayamos ocultado tras las cifras (asépticas como tanatorios) la inmensa tragedia que soportamos. El adiós sin despedida posible. Lo indecible. El dolor silente de una cama de hospital. O de una residencia de ancianos. Una palabra, ancianos, que es lo único que hemos resucitado estos días, quizá como otra forma de conjurar el peligro. Otra forma de decir «a mí no me puede tocar». El lenguaje, siempre ayudándonos a construir la realidad.
Las cifras no hablan, las personas sí. Y por eso mismo, hay que saber cuándo callar. Cuál es el momento de respetar. En el inmenso alud de palabras de estos días, mi amigo Jaume echa de menos el duelo por los que nos han dejado. Algún signo por aquellos para los que ya no valdrá lo de «saldremos de ésta», y a quienes debemos algo más que un aplauso. Especialmente porque en su mayoría forman parte de esa generación que hizo posible el progreso de todo un país, con una generosidad nunca del todo correspondida. A media semana superamos oficialmente los 18.000 fallecidos por Covid-19 en España. Para comprenderlo mejor: hemos perdido el equivalente a toda la población de Benicàssim. Y desgraciadamente, somos conscientes de que la realidad está por encima de esa cifra, aunque en la definitiva, ay, no queramos ni pensar.
Y pensando en todo ello, Pedro reclama cada día desde Twitter que aparezcan «adultos que hablen a adultos». Es su desesperada forma de pedir madurez en los mensajes, aunque estos no sean motivadores. Porque las apelaciones a la unión están bien, pero no espantan la incertidumbre. Porque más datos no siempre equivalen a más información y sirven de poco cuando lo que apremia es la necesidad de resultados. Porque cada vez más gente está cansada de historias de buenos y malos, de políticos echándose trastos a la cabeza y de sus ‘grupies’ jaleándolos, como si no nos hubiésemos mudado todos a un volcán en erupción. Palabras que suenan cada vez más lejanas en la tremenda y oscura noche que atravesamos.
No aprendemos. Y claro, mañana será tarde.
